Por: Conrado Quezada R.
Una de las frases que más fuerza daban al discurso de Andrés Manuel López Obrador y que aún define el segundo piso de la Cuarta Transformación es “por el bien de todos primero los pobres” y su aplicación nos está llevando por rumbos desconocidos.
Quizá nadie pueda ver hacia dónde nos lleva una deuda galopante, pero nadie se atreve a cuestionar la razón, sino el aparente uso. Hoy el debate en México se centra en dos visiones. La deuda para trenes, refinerías y mantener los programas sociales o la deuda inservible en trenes, refinerías y mantener los programas sociales.
En nuestro país hay dos visiones que pelean por el gusto de los votantes y fríamente ninguna funciona. La que fue expulsada del Poder en 2018 que impulsó una idea de economía “libre” y dependiente del Estado con ayuda social focalizada y las necesidades se satisfacían con la ayuda de las empresas “amigas”, la neoliberal pues.
El resultado fue el enriquecimiento de una élite de empresarios con conexiones políticas y políticos convertidos en empresarios, quienes utilizaban los recursos públicos en beneficio de unos pocos. Para los más pobres, apenas si alcanzaban becas ocasionales, apoyos esporádicos, y servicios de salud y educación de mala calidad.
México se cansó y en 2018 eligió un cambio. La nueva administración no rompió del todo con el esquema anterior, pero centralizó más el mercado en manos del Estado, y aumentó significativamente el apoyo directo a los más necesitados mediante transferencias en efectivo. No obstante, la educación y la salud siguen siendo deficientes en términos generales.
¿Cuál fue el cambio real?
No es difícil identificarlo. Ahora, los pobres y no tan pobres que cumplen con ciertos requisitos reciben dinero directamente del gobierno.
Según el Análisis del Estudio sobre Distribución del Pago de Impuestos y Recepción del Gasto Público por Deciles de Hogares y Personas (2022), el 13% de la población mexicana, es decir, aproximadamente 16.7 millones de personas, se benefician de al menos un programa social.
Este dato explica claramente por qué los mexicanos continúan apoyando la llamada 4T, o el segundo piso de la transformación, Primero los pobres se percibe en millones de personas y lo ratifican millones más.
El cambio no ha sido profundo, pero más dinero público está llegando a más personas, sin cuestionamientos.
Pero, ¿a qué costo?
Sumemos otra frase de Andrés Manuel: “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre” y comprendamos que nadie defenderá organismos autónomos o sistemas de contrapeso si no representan un beneficio tangible para la población.
Si la oposición aún no ha comprendido esta lección, es porque sigue aturdida por sus derrotas. Nadie defenderá al Poder Judicial, cuando incluso los mexicanos con mayores ingresos pueden recibir apoyos gubernamentales.
El verdadero problema es que los sueños tienen un fin, y ese fin no llegará debido a que los mexicanos comprendemos los costos de trenes, refinerías o el rescate de Pemex y la CFE que tanto grita la oposición cegada de nostalgia por administrar lo que hoy se gasta.
Lo que captará la atención de los mexicanos será la falta de apoyos suficientes para enfrentar un futuro marcado por un Estado endeudado y sin un plan claro para salir del abismo financiero.
La situación es grave: en diciembre de 2018, la deuda neta del sector público federal era de 10.08 billones de pesos, lo que en español significa 10 millones de millones de pesos. ¿puedes imaginar esa cantidad de dinero?. Imagina 24 millones 600 mil autos NIssan, Versa juntos, aunque será difícil porque sólo se producen poco más de 140 mil al año.
Para diciembre de 2019, con la pandemia de COVID-19 acercándose, la deuda ascendió a 11.62 billones. Después de las “medidas socioeconómicas” aplicadas durante la pandemia, en diciembre del 2021, la cifra alcanzó los 13.85 billones de pesos.
La diferencia de la deuda entre 2019 y 2021 es de 3.2 billones de pesos o lo que equivale a mil 500 hospitales de especialidades como el construido en el bulevar Colosio en Hermosillo y que se inauguró -más o menos- tres veces.
Entender el endeudamiento entre 2018 y 2021, época de la pandemia, es razonable, pero no es todo. De 2021 hasta el tercer trimestre de 2024, la deuda pasó de 13.8 billones a 16.7 billones o en datos comparables otros mil 500 hospitales como el de Hermosillo y se prevé que en 2025 aumente en otros 2.1 billones, otros mil hospitales más.
Si sumas los hospitales que se pueden construir con el incremento de la deuda desde 2019 hasta el 2025 podríamos construir 1 hospital de especialidades como el reiteradamente inaugurado en Hermosillo en cada municipio de México y en algunos casos dos.
Frases en el olvido
En resumen, el gobierno de AMLO incrementó la deuda de 10 billones a 16 billones de pesos. Las frases olvidadas La promesa de no endeudarse quedó en el olvido, se dejó de hablar de ese error neoliberal a partir del tercer año de gobierno y aunque nos dijo: “No tengo derecho a fallar”, falló, pero logró 35 millones de votos para su relevo presidencial.
Incluso en 2022, no sólo subió la deuda hasta 14 billones de pesos, sino que logró incrustar la frase: “La austeridad republicana pasa a ser pobreza franciscana”, pero no fue suficientemente austero para incrementar en más del 50% la deuda nacional en seis años.
Y aún hay más, ya que el proyecto de presupuesto para 2025, el primer año de Sheinbaum, suma otros 2 billones de pesos. La oposición se escandaliza por el uso de los recursos, mientras el oficialismo se prepara para aprobar sin modificar una coma el proyecto de Ley de Ingresos y Presupuesto de Egresos.
Esto no solo trata de trenes, el INAI o el Poder Judicial, sino de una sociedad política que hipoteca el futuro con el respaldo de una ciudadanía seducida por el dinero fácil y empresarios disfrutando de un crédito barato que impulsa el consumo, pero no el ahorro, la generación de riqueza o la mejora real de la calidad de vida.
La oposición, por su parte, sigue sin ofrecer una ruta convincente hacia un futuro distinto, permitiendo que el oficialismo avance sin freno. Así, el futuro financiero de México permanece en vilo, hipotecado por decisiones que hoy se celebran, pero cuyas consecuencias se sentirán mañana.